Y me obligaron a dejar de ser yo para convertirme en un monstruo. Un monstruo al que todos le teman, un monstruo al que nadie se acerque, un monstruo que lastime a la gente sin piedad, sin una pizca de compasión, sin lastima hacia todo aquel que se me acerque. Después de tanto que abusaron, de mi, de mi inocencia y mi bondad, me obligaron a hacerlo, a lastimar. A lastimar a todo aquel que quiera hacerme el bien o el mal. A jugar mejor que cualquiera, a jugar sin lastima ni pena, a jugar con astucia sin dejarme engañar. A no dejarme enredar por palabras tontas y tiernas, a no tragarme mentiras que cuando no era un monstruo yo creía. Cambiaron mi natural disfraz de niña buena, y me vistieron de monstruo. De un monstruo totalmente aterrador, sin sentimientos, sin corazón, con mucho rencor y dolor en su pecho, con mucho enojo y sed de venganza corriendo por las venas.
Me hirieron tanto, que ya deje de sentir para empezar a percibir todo aquello que haga bien, todo aquello que pueda hacerme mal. Ahora soy más astuta y me encuentro más atenta, lista para el ataque, cuando quieran hacerme el bien o el mal.
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